miércoles, 23 de julio de 2008

lunáticas y peregrinas

Un regalo de estos días fue la visión de la luna llena recortada en el horizonte de la montaña.
Pasé algún tiempo de descanso en mis amadas alturas, bebiendo el paisaje, los bosques de pinos formando extrañas figuras en las laderas de los cerros, el pertinaz fluir de las aguas, atravesando trayectos impensables. Otra vez, sentí el agua gruesa, llena de minerales, propia de esos climas y geografías, viví el ritmo contundente de cada momento de la jornada, los juegos de la luz en el paisaje, el vigor de esa naturaleza en perpetua mutación.
Leí también, non multa sed multum, en el contexto de mi liturgia lunática, el De Divini Nominibus del extremado Orígenes.
Allí hablando de la exégesis que éste realiza del Pentateuco, en particular el Éxodo, el autor de la introducción de la edición de Sources Chrétiennes afirma(cito en deficiente traducción castellana porque no tengo ganas de transcribir el francés):

"...lo cierto es que difiere profundamente (de la exégesis del Éxodo) de Filón, de San Pablo, de Clemente...en una palabra para esos autores el episodio capital después de la salida de Egipto es la revelación del Sinaí...(para Orígenes) el Sinaí no es un término sino una etapa. La meta es el Jordán, es la Tierra Prometida. Desde aquí la historia toma otro rostro. El Éxodo es menos una huida que una partida. Un conquista esperando al pueblo...El Libro de los Nombres Divinos es para Orígenes el libro del movimiento, el libro del viaje. Es asimismo, el libro del desierto".

En tanto el Nombre es inefable, me resulta impresionante que El Libro de los Nombres, de los inadecuados e impropios modos de "hablar de Dios", sea el Libro del viaje, del movimiento, del desierto -donde sabemos se manifiesta lo fundamental, por sustracción, porque nada "ocupa" al que permanece en soledad. Todo es posible o nada es posible: disyunción inclusiva: para el "justo no hay ley", susurra Juan de la Cruz-.
Un guiño cómplice de la condescendencia de la Divinidad en su Escritura, con nuestro afán de señas, de lugares, de presencias, de circunstancias, de nostalgias; abriendo, como diría el bueno de Hölderlin, la posibilidad de "poetizar". También de vivir en la libertad, para quienes procuran "andar en verdad", o, abundando (innecesariamente) respecto de esta expresión de Teresa de Jesús, "andar por la verdad".
Y entonces las señas de cada paisaje, de cada travesía, son móviles espacios donde lo Absoluto planta su tienda, para mirar la luna, el fluir de los arroyos, la enigmática quietud de los animales, con el ojo del primer día del mundo, que para nosotros, hijos del tiempo, alcanza su luz en el tiempo, en la sucesión.

sábado, 5 de julio de 2008

Bellator fortis




Leyendo unos proverbios atribuidos a Beda el Venerable, encuentro lo siguiente: Bellator fortis qui se poterit superare. Clarísimo: luchador fuerte es el que se puede superar.


Esta frase que suena a código samurai me trae a la mente esa "jornada", en el sentido épico, que es la vida, y en su simplicidad radicaliza una experiencia básica de la condición humana.


Otra joya de estos días también llegó a mí por esa índole de lecturas, un comentario a la Confessio de San Patricio de Irlanda, en la que se dice que los monjes irlandeses y anglosajones habían desarrollado una ascésis que llamaban "ascésis del mar". Como realizaban grandes viajes en sus misiones evangelizadoras para, eventualmente, jamás volver a su tierra, y como estos viajes eran por mar -con todos sus peligros y avatares- tal ascésis manifestaba en la vida espiritual el aspecto ilocalizable e inmenso del mar, para expresar una forma particular del camino, abandonar las referencias, vivir en estado de peregrinación.


Se trataba de una purificación por la "inestabilidad", al contrario que sus cófrades continentales, habitantes de desiertos y eriales.


Supongo que se presenta aquí una alternativa valiosa respecto de nuestro "paso de fuga" ante el conflicto en el mundo de la hiperexplotación y el hiperconsumo actual: mirar nuestra vida no como una fuga ante lo que amenaza, sino como una travesía.


Quizás algunos parecemos nacidos para "viajar" ("matadores de brújulas", decía Cortázar, que no suele ser de mi gusto pero que logró esta bella expresión). En mi caso particularísimo esta perspectiva armoniza totalmente con mi deseo infantil y jamás abandonado de ser "pirata", sin "ley y sin rey", como decían los Hermanos de la Costa, de lanzarme "a la mar".


Es bello comprender cómo estos hombres, estos "cristianos antiguos" que llevaban el mar, el viaje y la batalla en la sangre, podían combinar fecundamente esas vivencias ancestrales con su nueva religión...en fin, Occidente.

lunes, 23 de junio de 2008

Ivanova noch' na Lisoy gore. En la noche de San Juan, de mayo a junio.





Así se ve el sol de medianoche en Suecia desde mayo hasta junio, y en este marco se celebra la noche de San Juan, el Midsommardagen, la luz más "larga", el comienzo del verano. Así se vió un Akelarre "de diseño" acontecido en las famosas -y trágicas- cuevas de Zugarramurdi.


En esta noche de San Juan recuerdo a mi abuela diciéndonos que tuviéramos cuidado de mirar a la higuera-la misma higuera que está a unas cuadras de casa-, pues el árbol estéril de los evangelios florece en la víspera de la fiesta de San Juan, y quien ve esa flor imposible y recóndita, puede padecer terribles consecuencias.


El solsticio de verano europeo, antigua fiesta precristiana, es también la noche del gran Akelarre en la Euskal Herria de mis ancestros. La comuna de Bilbao hoy convocaba a un gran Akelarre, -postmoderno, claro está, lo cual es inevitable por aquello del desgaste del tiempo sucesivo-.

Para que no falle la memoria -y se abulte el bolsillo-, en 2010 se recordará, con gran afluencia de turistas al pueblecito de los olmos ruines, según la etimología euskara para Zugarrarmurdi-, los cuatrocientos años de una hoguera nefasta, la que consumió las vidas de las brujas condenadas en el conocido proceso inquisitorial de 1610.


Merodeando un poco en la web, encuentro algunos tesoros celebratorios, que paso a detallar:
Primero, la letra de algunas canciones populares, entonadas en esa ocasión,

Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,al pasar el trébole la noche de San Juan.

Al que coja la verbena la mañana de San Juan no le pica la "culiebra" ni bicho que haga mal.

Por supuesto, se alude aquí al trébol de cuatro hojas, augurio de buena fortuna, buscado afanosamente en los bosques y prados. En ese tiempo de inmensa renovación de todo lo vivo que se inicia con el verano, también era costumbre ir en busca de la hierba conocida como verbena, conjuro contra las alimañas de todo tipo, y también, lo que no es menos importante y quizás la causa verdadera de sus efectos benéficos, la que propiciaba los requiebros amorosos.

Agua, fuego, signos de purificación y renovación, son elementos dominantes de esa fiesta, desde la hoguera hasta los baños que se tomaban en aquella noche como constancia de la novedad del ciclo natural...el antiquísimo fuego que consume lo viejo, también los dolores, en esta noche "sin penas".


Luego, un dato precioso y desconocido, la obra de Mussorgsky, Una Noche en el Monte Pelado o Una noche en la árida montaña, es el nombre con el que se conoció el poema sinfónico que en rigor se titulaba "La noche de San Juan en el Monte Calvo" ("Ivanova noch' na Lisoy gore").


La composición fue inspirada por una historia corta de Gógol en la que un campesino asiste a un acto de brujería en el Monte Calvo, cerca de Kiev.
Ahora entiendo un poco más el clima de esa música furiosa que me fascinó -y sigue haciéndolo-, en mi adolescencia.


Finalmente, otro recuerdo, el Romancillo de Mayo de Miguel Hernández, leído con asombro y devoción en los últimos años de la escuela primaria, allí el mes de mayo adelanta los verdores de junio.


Cito sus claras palabras:


"Van los asnos suspirando

reciamente por las asnas.

Con luna y aves, las noches

son vidrio de puro claras;

las tardes, de puro verdes,

de puro azul, esmeraldas;

plata pura, las auroras

parecen de puro blancas

y las mañanas son miel

de puro y puro doradas.


Campea Mayo amoroso;

que el amor ronda majadas,

ronda establos y pastores,

ronda puertas, ronda camas,

ronda mozas en el baile

y en aire ronda faldas... "

Pánta plere théon, decía Tales, "todo está lleno de dioses".


jueves, 19 de junio de 2008

Föðurland

“Nada me asombraría que la telaraña (la forma universal de la telaraña, entendamos bien, la telaraña de Platón) hubiera sugerido al asesino (porque hay un asesino) su crimen.”

J.L. Borges, Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto.

La telaraña universal de Platón, la forma, el arquetipo, la antigua psykhé heraclítea, tejiéndose y destejiéndose en el devenir, las pequeñas arañitas que divertían a Spinoza, y que en su tela luchaban y a cada caída formaban una nueva figura, o una proyección geométrica de la única e impersonal Figura, vasto despliegue de atributos y modos....
El azar de Bataille, que evocando a Nietzsche, resulta una idea "arácnida y desgarradora".
Variaciones de la universal telaraña, incesante labor de todos y ninguno...
El laberinto arácnido urdido miméticamente por el asesino, tiene, ha de tener, su clave...

Si la infinita telaraña del universo puede recorrerse y condensarse en el Nombre de Dios, que como un Aleph lo abre y lo atraviesa, si el Impronunciable es el Padre de la Literatura, y por ello de la enumeración, (finalmente del tiempo), cada palabra reúne y dispersa el Nombre, cualquier palabra, cualquier hombre, pueden ser la cifra y el redentor. La palabra cae en el azar, el hombre es nadie.
El universo-Dios-literario de Borges, es aquella esfera hermética, “cuyo centro no está en ningún lugar, y su circunferencia en todas partes”. Un dios descentrado y omnipresente, un dios atroz, arácnido...
“Nadie está en algún día, en algún lugar; nadie sabe el tamaño de su cara”. El joven Jorge Luis desespera porque el Aleph no le devuelve las líneas del rostro de Beatriz Elena Viterbo. El desquite de lo determinado, el pondus irreductible del individuo.

martes, 17 de junio de 2008

Celan, acerca de estos tiempos

UNA HOJA, desarbolada,
para Bertolt Brecht:

¿Qué tiempos son éstos,
en que un diálogo
es casi un crimen,
porque encierra
tanta cosa dicha?

Paul Celan

jueves, 12 de junio de 2008

Todavía. Milosz, 1945.

"En la estepa, conforme se vendaba los pies sangrantes con un trapo,/ Comprendió el fútil orgullo de aquellas encumbradas generaciones:/ Hasta donde podía ver, una tierra rasa, irredenta./ Y en tan drásticas condiciones, ¿qué tiene el poeta que ofrecer?/ Sólo lo que se le ha concedido merced a la costumbre y la ceremonia, merced a la civilización:// Parpadeé, ridículo y rebelde,/ Solo con mi Jesús María en contra del poder irrefutable,/ Descendiente de ardientes plegarias, de doradas esculturas/ y milagros". C. Milosz, "1945".

Aquí afuera, donde hace mucho domina una nota permanente que parece indicar que todo lo antaño valorado camina hacia la nada, me reencontré con estos versos de Milosz.
Me llegó en ellos el consuelo del "todavía" que resuena en sus palabras: "Descendiente de ardientes plegarias, de doradas esculturas/ y milagros". Allí el tiempo de la existencia se vincula con el pasado como con un don, que hace perceptible a la duración con la intensidad necesaria para que la historia tenga cuerpo, volumen, rostro humano.
Es difícil "ver" el presente: ¿qué hay en ese cúmulo de ahoras que aturden y enturbian el ojo?
Quizás el hoy es indiscernible porque se ha adelgazado en extremo o ha roto su relación con el pasado. No hay relato que contenga nuestra actualidad, aislada y raquítica.
El futuro se ofrece, entonces, como una suerte de discontinuidad....llegamos a él por un golpe de la sucesión, no es fruto del itinerario de un ser mortal, que camina hacia el final, hacia el significado de sus días, porque puede hacerlo.
Con el Jesús María en la boca, ridículos y rebeldes contra lo irrefutable de los hechos, nos hacemos dignos de un linaje, nos arropamos en milagros de formas, palabras, y melodías.

lunes, 9 de junio de 2008

"Pero en el interior sí está hecho". Ernst Jünger, 1948.

""Pero en el interior sí está hecho". Una frase para meditar sobre ella, llena de significado. Hay una terminación de nuestras acciones en lo absoluto, un complemento que siempre es independiente del éxito o del fracaso. Eso representa un gran consuelo.Nuestras acciones son comparables a disparos que estuviesen animados por una fuerza doble. Por un lado son como flechas disparadas por el arco de la vida; esas flechas están sujetas al azar, a la fuerza de la gravedad, al viento. Dan en el blanco o fallan; no está en nuestras manos la trayectoria que siguen. Pero, a la vez, la cuerda, al estar tensada también por fuerzas de amor, lanza la flecha hacia lo que está por encima de lo real, en una trayectoria recta, que alcanza su meta en lo invisible. (...) Y si tensamos bien el arco, experimentaremos el instante maravilloso en que nos llega la respuesta. Pues en el interior sí está hecho."
Kirchhorst, 2 de diciembre de 1948.

Con estas palabras Ernst Jünger termina el segundo tomo de la edición española de "Radiaciones", un conjunto exquisito de notas personales, al modo de un diario "meditado", escrito durante toda la segunda guerra.

Durante mucho tiempo me resultó consolador pensar que el impulso de nuestros actos se vincula interiormente con sus motivaciones, por lo cual, más allá de los efectos, hay algo que se tensa y se cumple allende nuestra individualidad pero contando con ella, si "tensamos bien el arco"...

En definitiva, lo dicho implica una confianza en que hay un orden que toma su figura, que se adensa, cuando nuestra libertad le da "materia", le presta un rostro.
Entonces, trascendiendo la mera fuerza de los hechos, nos transformamos de acuerdo a la sustancia de nuestro deseo -las fuerzas de amor-, por el ardor que se tiende en nuestros actos, pero es siempre más que ellos por mor de un exceso que nos salva de nuestras pequeñas o grandes cárceles.

A ésto lo llamo Providencia Divina, otros lo llamarán sentido de la vida, o del mundo, o belleza, o qué se yo; o tendrán la discreción de no ponerle nombre:..."en el interior está hecho". Permanecer, como decían los medievales, "magnánimos", con el ánimo grande, generoso, para los días que nos sean dados.