lunes, 22 de febrero de 2010

Ex corde, con Roth

Aún no he tenido la dicha de leer "Las ciudades blancas" de Joseph Roth, -Die Weissen Städte-, libro publicado en 1925 como parte de un conjunto de textos sobre viajes. En este caso esas ciudades son las del centro y sur de Francia, que Roth deseaba conocer desde su infancia.
Por las crónicas periodísticas de algún suplemento literario patrio, me llegan dos citas del comienzo del texto:

“Siempre me ha faltado corazón” (...) “Desde que soy capaz de pensar, pienso sin piedad”.

Si bien Roth me ha deparado una gran cantidad de revelaciones de diversa índole, estas palabras golpean en el centro de un modo de la relación con el pensamiento que me resulta muy cercana.

¿Qué es pensar sin piedad, sin corazón? En principio es instaurar una distancia mental, habilitar un ángulo de análisis con capacidad de separar el hueso del tuétano.
La pietas, la piedad, supone reverencia, devoción por su objeto.
El pensar excluye esa reverencia, incluso la reflexión del entendimiento que vuelve sobre sí es una forma de referencia intelectual que carece de pietas, en ella no hay inmediatez pues se pone a sí misma en la distancia o como distancia. Justamente por esta razón la reflexión juzga, es diacrítica.
"Siempre me ha faltado corazón"....para pensar piadosamente.

lunes, 15 de febrero de 2010

Un no sé qué

Me acuerdo en estos días de Juan de la Cruz, en sus Glosas a lo divino:
"Sabor de bien que es finito,/ lo más que puede llegar/ es cansar el apetito/ y estragar el paladar;/ y así, por toda dulzura/ nunca yo me perderé,/ sino por un no sé qué/ que se halla por ventura."
Y aunque hace algunos años que he tomado cierta prudencial distancia de las impugnaciones del "sabor de lo finito", por aquello de afirmar "el lado de acá", y dejar la libertad del misterio al "lado de allá", no puedo sino decir que hay ciertas formas de la finitud que efectivamente cansan, una especie de sabor que ha perdido gusto, e insiste en ser la única "dulzura" posible: los licores del buen rendimiento, del éxito académico, del nombre nombrado y citado.
Cuando uno despierta de esos meses o años de una vida en los que el sopor de la unidimensionalidad -sé que es una palabra horrenda, pero expresiva-, no dejan lugar a otros aires, se da cuenta que, entre otros efectos, ciertas promocionadas dulzuras dejan el paladar estragado, impotente para recibir "lo que se halla por ventura".
Entonces, se hace urgente, indispensable, que nos visite un no sé qué, y se alegren el cuerpo y el alma -en su abierta finitud-, y otra vez, por ventura, pueda yo perderme....Todo es gracia.

jueves, 4 de febrero de 2010

El sonido de la caducidad

Del Heike Monogatari. Libro Primero. Capítulo primero.
El Monasterio de Gion
"En el sonido de la campana del monasterio de Gion resuena la caducidad de todas las cosas. En el color siempre cambiante del arbusto de shara se recuerda la ley terrenal de que toda gloria encuentra su fin."
Verdadero y bello comienzo del Heike Monogatari. En el Monasterio de Gion existía una sala llamada "sala de la fugacidad", en la cual se alojaban los monjes enfermos.
El arbusto de shara refiere a los ocho arbustos que se hallaban en las esquinas del lecho de Buda. Cuando éste entró en Nirvana se inclinaron hacia el centro del lecho, y sus hojas tomaron el color blanco.
Leyendo y pensando en estos textos, ruego por un oído sensible al sonido de la fugacidad, atento a las variedades de la transformación, devoto de los matices del devenir.
Finalmente, todo sonido es tiempo, y en tanto tiempo mensurado encuentra su eficacia en el límite, resuena en su acabamiento pues allí se dispersa, aniquilándose.