martes, 28 de septiembre de 2010

Ad montes

Palabras recibidas en los valles, urdidas en las siestas calchaquíes.

Algo así como clavis para estas épocas de completa rendición a los "cuidados devoradores del tiempo", en perífrasis de una impresionante frase de Agustín de Hipona, al describir la turbación en su pectus: 

“Tales cosas revolvía yo en mi mísero pecho, apesadumbrado con los devoradores cuidados del temor a la muerte y de no haber hallado la verdad”. Confesiones, VII, 5, 7.

“Talia volebam pectore misero, ingravidato curis mordacissimis de timore mortis et non inventa veritate”.

El pecho se angosta, falta el aliento y no es la altura -ojalá lo fuera- es el ahogo, la falta de distancia. Es que el tiempo llega a su término y la verdad no encuentra su hora en el corazón, aún no, aún no... ¿cuándo?

"En la montaña todo lo que semeja suelo firme ha de ser probado, el lugar del recuento, del examen, de la morosa –y finita- esperanza.
En la montaña la materia es precisa, su inmensidad consiste en la limitación exacta, y la nuestra en la grandeza del término. En el destino, en la “puerta”.

“El que cree sin caridad, cree como creen los demonios” dice Guillermo de Saint Thierry en el Aenigma Fidei. ¿A qué o a quién se parece el que cree sin esperanza?"