lunes, 1 de marzo de 2010

El Dios comediante, la risa, el miedo.

Dice Voltaire, en una de aquellas sentencias que los franceses denominan «fusées volantes», cohetes voladores, de retórica luminosa y fulminante, y de inmenso filo conceptual:
"Dieu est un comédien jouant à une assistance trop effrayée de rire".
Dios es un comediante jugando con un público demasiado asustado para reírse. La idea del Dios comediante, en esta época tan poco permeable a dejar que la divinidad juegue y se mueva, y en cambio, tan inclinada a encerrarla en algún ideologema -comenzando por el líder de la gran tradición religiosa de Occidente, a saber, el Papa de Roma-, es alentadora.
Dios comediante, en palabras de Voltaire, es un Dios que juega gravemente, que muestra en el discurso y en su performance la diversidad de caracteres, su melancólico pondus, su ligereza, su frivolidad.
El Dios comediante nos muestra cierta forma de la verdad, pero su aparición presupone la risa, la empática posibilidad de la risa, su material, corpórea apertura.
Como alternativa a ella se erige el miedo, el temor.
La forma religiosa dominante de esta época es el miedo, la audiencia "religiosa" de hoy en día se niega a reír, y construye su devoción en el temor, que es padre de la violencia, de la exclusión.
Aún cuando el agudísimo Voltaire mira al Dios comediante con la pretensión de desfondar al Dios de la religión instituida, deja asomar algunas posibilidades paradójicas. Estas posibilidades se sostienen en aceptar que es la sentencia completa de Voltaire la que define a Dios, no sólo el "est" de la cópula, sino el movimiento entero que construye el sentido, y abre al Witz -chispa, golpe, gracia-.
Una de ellas es aceptar el juego risueño del Dios comediante, asumiendo que en el teatro del mundo algunas escenas están escritas, y así procuran orientaciones a los actores, pero lo grueso de la puesta se trama en esa difícil combinación de genio, capacidad de abandonarse a los matices de cada situación, y azar. El ondulante resultado es la risa, que saca de lugar a la comedia, al comediante y al público, dejando a la "realidad" en un ángulo nuevo.
Otra opción para el dictum de Voltaire es postular que al juego del Dios comediante no le corresponde otra cosa que el miedo, que su juego es un juego inútil y trágico, y que la audiencia observa sus pasos cómicos, pero ellos le causan temor, esencialmente.
De este lado del tiempo, al Dios comediante se lo domestica con terror.
Ya lo dijo Juan de Patmos, sólo el amor, kháris, don, gracia, vence al temor. Sólo la receptividad -la risa que desordena y se disemina en cualquier rincón- quiebra el cristal helado del miedo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me permito la caradurez de comentarle.

Ese público demasiado asustado para reírse, ¿no sería ahora demasiado indiferente para reírse, o para llorar?

Finalmente, el hombre que ríe con el dios comediante, es una especie de suicida.

Jehanne dijo...

Naïfa, nada de caradurez, al contrario, gracias por su comentario, que me ha hecho pensar.
Sí, es muy cierto que el público en cuestión no ríe o no llora por indiferencia, más que por temor. El asunto, entiendo, es que se trata primariamente de una indiferencia respecto de sí, que corta el vínculo con lo demás, también con "nuestro" dios comediante. No ríen con su risa, no lloran con sus lágrimas, diría Blake.
Creo que esta indiferencia consiste en una desesperación banal, plana. El "público" mentado no espera nada para sí, ni amor, ni odio... pero "quiere", otra vez Nietzsche, prefiere "querer nada", a no querer.
En fin, no es el temor servil en el que quizás pensaba Voltaire, es la indiferencia y su miedo vacío, tal vez más violento que aquél, porque no tiene rostro, ni contorno, ni límite.
Luego, el hombre que ríe con el dios comediante se pierde...¿cómo se nombra esa pérdida?...
Nomina nuda tenemus.
Saludos