miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Reina del Plata y "las patrias".

Aunque viajo con mucha frecuencia, nunca termino de acostumbrarme a los aires porteños. No porque sean del puerto sino porque quizás mi éthos de mujer del interior, ex toto, se incomoda en la atmósfera de nuestra módica Babel.
Aún en BA tuve agenda ibérica, pues me encontré con dos amigos españoles. Acompañé a uno de ellos al viejo Hotel de los Inmigrantes, y mientras se reencontraba con las imágenes que seguramente habían contemplados sus antepasados que pasaron fugazmente por allí, yo, piensa que te piensa, buscaba retrospectivamente, en la pupila de mis propios ancestros, -gente de montaña, la mayoría, unos pocos, del mar-, el modo en que habrán discernido los contornos de esa ciudad cuyos límites han sido siempre, en varios sentidos, la nada.
Rondando los años del primer centenario la aldea polvorienta que forjó sus mitos en el año X, pero del 1800, comenzaba a tomar el rostro inmenso y desproporcionado de una arquitectura monumental que sólo logró acentuar el horizonte inhumano de su geografía, por exceso, por monotonía.
En ese marco, mis propios antepasados establecieron su casa, mudaron, hasta cierto punto su lengua -mis tías abuelas hablaron euskera hasta su muerte, hace pocos años, sin que les importara hacerlo delante de quienes no entendían absolutamente nada-, modificaron algunas de sus costumbres, pero seguramente fijaron en sus vidas otro paisaje.
En cambio, mis circuitos "argentinos", mis paisajes, son altoperuanos, por eso imagino a la patria de mi corazón sin Buenos Aires, pero no sin Tucumán, Cafayate, Abrapampa, Iruya. Los valles y altiplanos igualmente inmensos, pero llenos de voces, de intimidad.
Para los míos el circuito fue Buenos Aires y la campaña, luego el Litoral, y de ahí, como si el mayoritario resto no fuera nada, Europa, otra vez.
Para mí, que soy hija de la tierra, y no europea en el exilio, el sueño francófilo o europeizante que forjó a la Reina del Plata no tiene ningún significado, de ahí que nunca esté del todo a gusto en ese espacio, que es la patria de otros.
Y a pesar de la alegría de encontrar a amigos y amigas, a pesar del recuerdo de ciertos gratos lugares, cuando miro por la ventanilla del micro, de ida o vuelta, sueño: ahora voy a ver, recortadas en el horizonte, las cumbres del Aconquija.
Mi pupila está fijada en una patria vieja, aborigen, colonial, siestera, de lujos endomingados, lejos, muy lejos del puerto, por el que más bien se sale, aunque muchos hayan entrado, y me hayan hecho posible ese mundo.

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