lunes, 4 de octubre de 2010

Los troskos

Días de tomas de colegios y facultades en diferentes puntos del país al que convenimos en denominar Argentina, jornadas en las que se pontifica por doquier, con momentos sublimes del discurso bienpensante que jamás, jamás de los jamases se pregunta porqué, además de las intervenciones memorables del peronismo brutal, que si algo sabe es mostrar la hilacha.
Me ha tocado escuchar y leer reiteradamente discursos que apuntan a vituperar a un "personaje" o grupo al que voces disímiles acuerdan en llamar "los troskos", término que, según los casos, remite a identidades políticas bastante más diversas o complejas que las que indica la apelación al querido Trotsky. 
El trosko o los troskos son desdeñosamente mencionados por los militantes posibilistas de la juventud -no tan joven- K, quienes han decidido quedarse con lo que el sistema y sus despreciables patrones se dignan darles, o por los eternos academicistas que admiten llorosos la precaria situación de "nuestras instituciones", dixit domine Fredericus, pero se sienten "incómodos" por no poder ingresar al sancta sanctorum a seguir estetizando.
Los troskos parecen sintetizar en esta coyuntura a esa especie de militante o agrupación que obstaculiza las módicas pretensiones de unos y otros.
Según las consabidas expresiones peronistas los troskos ponen palos en la rueda, le  hacen el juego a la derecha, etc. -todavía hay jóvenes peronistas que no se han enterado que ellos forman parte de la derecha...ya les llegará la hora de la automanifestación-.
En palabras del progresismo chic que pulula por todas partes pero sobre todo en ese otro país que convenimos en designar  "Ciudad Autónoma de Buenos Aires", los troskos son individuos a los que no les interesa estudiar, irredentos propagadores de revoluciones imposibles y trasnochadas, testigos de un recuerdo molesto: la universidad argentina y el mendaz modelo de intelectual que ha medrado en ella en los últimos 20 años es un tinglado que se cae a pedazos, sin spleen, sin arte aleatorio, sin Barthes, Blanchot o Agamben que la salve. 
Las tomas acontecen no sólo porque los edificios están en ruinas, también los ideologemas que los han apuntalado en estos años. Quizás estemos ante una forma de acción política con un programa rústico, llena de confusiones y carencias, pero es acción, lo cual no implica una legitimidad de hecho, pero sí abre el juego para su propia crítica, para su propia transformación superadora, al menos por exteriorización, por ponerse en escena y hablar.
Pero ya se sabe, para el peronismo la única acción "política" válida es la del líder o la compadreada del puntero, y para el progresista neocon la expresión "acción política" no significa nada porque no se puede subsumir en ningún discurso post-post-post que les lave la mala conciencia.
Harta de tanto macartismo salvaje o maquillado, me congratulo por las tomas y felicito a los troskos -yo misma soy una de ellos, que no se arrepiente ni mendiga perdones académicos-, y apuesto a que asambleas, tomas, movilizaciones, se multipliquen, el conflicto se profundice y la incomodidad se vuelva intolerable, a ver si, de una vez, las palabras tienen materia, al menos por un rato.

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