sábado, 15 de mayo de 2010

Multum in parvo

“Los jefes descubrían que si para atacar y proporcionarse una posibilidad de victoria, no estaba de más ninguna propiedad rara de la materia ni ninguna perfección técnica del instrumento, para defenderse, en cambio, los materiales más sencillos, esos objetos que andan por los rincones, esos trastos viejos como el mundo mismo, esos accesorios dotados de la más humillante vulgaridad exhibían sin reservas sus potencialidades: tierra removida con simples palas; sacos, cajas llenas de terrones o pedruscos, ramas apisonadas en arcilla; alambres de jardinería con púas. En una palabra (...) la destrucción se destruye a sí misma. Si se quiere destruir al destructor (tiro de contrabatería), se cae de nuevo en esa plétora de medios que traen consigo su propia muerte: pero si uno quiere ejercer su oficio de hombre, es decir, evitar la destrucción, basta con un mínimo de medios, como el refugio más humilde contra el viento más potente. La destrucción artificial tiende por sí misma a parecerse a una fuerza natural (dispersión de los obuses, etc.) y tiende, como la naturaleza, a compensar el azar y la incertidumbre de cada paso, con la plétora de los medios, y el elevado número de los casos. La destrucción, al ser ciega, es estadística.”

Jean Paul Sartre
“Cuadernos de Guerra”, 12 de noviembre de 1939.

Sartre, exponiendo un asunto de enorme importancia: evitar la destrucción requiere un mínimo de medios, ejecutar la destrucción, en cambio, encuentra su eficacia en la "plétora de medios".
Luego de más de un mes sin andar por el blog, o al menos, sin escribir aquí, y de varias semanas dedicadas a preparar un concurso en la universidad, y además, una nueva mudanza, me resultó sumamente alentadora la reflexión y la frase sartreana: la posibilidad de resistir la destrucción "en el refugio más humilde contra el viento más potente".
Hablo de la percepción de vivir en eso que más de un teórico ha llamado un mero "territorio". Espacios institucionales, culturales, intelectuales, aún más, sociales, que han llegado a ser tierra arrasada, y que abren la pregunta: ¿cómo seguir caminando en medio de la profecía autocumplida de la devastación y del desastre absoluto?
Hace un tiempito que, oh sorpresa, me resulta más simple conversar con un estudiante de 20 años, que con un colega de 40, pues los/las de la cuarta década están con frecuencia ahogados en los formularios y besamanos académicos, y un poco ahítos de tanta humillación y banalidad.
La plétora de medios de la destrucción ha esparcido esquirlas por todos lados, y una, muy difícil de desarraigar, es la desesperanza, acompañada por ciertas tristes certezas, que se resumen en la idea de que nada puede cambiar, y que el resto del mundo es moralmente miserable, si se lo mira bien.
Mi pequeña "tapera" contra los vientos de la desperatio boni supone que hay mucho que cambiar, que algo se puede hacer, y lo primero sería asumir humildemente la provisoriedad de cada paso. También que las personas, si bien se las mira y se las trata -y "bien" aquí ha de entenderse de modo multívoco-, pueden sorprendernos positivamente, pues existe un arte de encontrar lo mejor de cada quien, y como todo arte exige ser cultivado. Y si no hay un "lo mejor", por lo menos habrá mayor lucidez.
En cualquier caso, se trata de medios sencillos, que apuestan, contra viento -y marea-, a perseverar en el "oficio" de la propia humanidad.
Por ahí vamos, luego de un mes intenso, a seguir andando: multum in parvo.

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