viernes, 22 de enero de 2010

La libertad como presidio, cosa de rusos...

Ordenando archivos y carpetas que han pasado de computadora en computadora, aparece este pequeño texto, escrito por mí al calor de vaya a saber qué lucha, y seguramente leído por los tres o cuatro pacientes congéneres que todavía hoy me benefician con su amistad.

Va como muestra de inquietudes perfectamente actuales, plasmadas en la littera de hace unos veinte años atrás, más o menos.
La dedicatoria es obligada, pues el marco de estas líneas es el debate sobre el derrumbe político de la universidad pública; por eso: a todos los pseudoliberales y sepultureros del marxismo que se hicieron con la universidad en los 90, y actualmente se han convertido en sus "dueños".
A falta de jesuítas y curas "anchos" ostentando el famoso "trapo morado", han inaugurado la etapa del oscurantismo mercantil, e inventado diversas formas del consabido besamanos académico, sin el cual no hay puchero, ni pan duro, ni prurito de excepcionalidad


La difícil tarea de desplazar problemas.


La siguiente frase de Albert Camus, leída en su pieza teatral “Los Justos”, ha despertado nuestra curiosidad:

“La libertad es también un presidio, mientras exista un solo esclavo sobre la tierra”.

Se recordará al instante que esta frase no brota, en la obra de Camus, de la boca de algún filántropo al gusto, sino de un anarquista[1] ruso, pronto a volar con explosivos el carruaje de un noble de la misma nacionalidad, con sus pequeños hijos en el interior.
Nuestra atención se ha detenido, en este caso, en la palabra también, que pone en tensión dos vocablos a toda vista antitéticos: libertad y presidio.

La condición de encontrarnos en tal trance es, para Camus, la existencia real de un solo esclavo en la tierra. Es un secreto a voces que la libertad extiende su piadoso manto sobre el género humano, también sobre los esclavos, a quienes hemos tenido a bien reconocer como parte de la humanidad; por supuesto que los esclavos de ayer, de hoy y de siempre nos están eternamente agradecidos.
La libertad del anarquista ruso es aquella que se reivindica frente a la autocracia, y que aparece como raíz y fundamento apofático -por vía negativa-, en el árbol genealógico de nuestras instituciones políticas e ideológicas[2]. Se trata de radicalizar lo posible corrosivo de las libertades como “ausencia de constricción”, que abrieron paso a las audaces propuestas de las democracias actuales.
Un hombre que al hablar de la libertad reconoce su carácter jánico de presidio ante la existencia de un esclavo, está marcando un desplazamiento, aquel que nos pone frente a la paradoja por la cual la libertad deviene o convive con su contrario, cuando, desplazada de su predicación genérica respecto de la condición humana, se determina en un individuo privado de ella.

La pregunta que emerge del desplazamiento es ¿cuál es la libertad que, sustraída al esclavo, posee la potencia de encarcelar a la humanidad?.
Recordamos, junto a la frase antes citada, la distinción de Constant entre “la libertad de los antiguos y de los modernos”: aquélla es la libertad de la autarquía e isonomía, ésta la del goce privado, fundado en el régimen de propiedad. En este régimen el individuo es tan pronto una suerte de “martillo divino” que decide crear el mundo según el interés del capital, como, en la trama de las mediaciones de la "cultura", una especie de “hombre estuche”, del que nos habla Benjamin, al caracterizar las peculiaridades mobiliarias del conformismo existencial de la burguesía [3].
En este horizonte, hacer que un esclavo nos devuelva la conciencia del encierro, y lo que es más, nos susurre que la libertad carcelaria de la que “gozamos” es, por lo pronto, el índice de nuestro cinismo, hace que celebremos al no-filántropo anarquista ruso, sabiendo que en algunas páginas más hará volar por los aires a dos niños no-esclavos (ser es aparecer, decían por allí, en la Magna Grecia).
Nuestro tirabombas se dará el lujo, además, de plantearse cuestionamientos morales al respecto[4], pues de no hacerlo no sería un ruso creíble, por lo menos no uno de la época de Dostoievski....aunque se sabe que desde el 89 todo ha cambiado mucho urbi et orbi.

[1] Es hora de aclarar que los anarquistas no son filántropos.
[2] También conviene recordar que la ideología es una institución.
[3] Se impone mencionar en este punto, que, posmodernidad mediante, la burguesía no ha cambiado la expresión decorativa de su banalidad, los lofts actuales son tan lóbregos y simplones como los gabinetes de principios de siglo.
[4] Decididamente tal acción lo excluye del conjunto de los filántropos pasados, presentes, y futuros, no hay peor estupidez que enarbolar la mera bondad ante la injusticia, y jamás se ha escuchado a un filántropo cuestionarse acerca de la reversibilidad de sus actos.

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